Semana 3: “El cuerpo de Cristo”
Hugo Sandoval, Cayambe, Ecuador
Día 1: Prefacio
Estás entrando a la tercera semana de tu nueva vida, hemos entendido la identidad del cristiano, también aprendimos acerca de la importancia de la Palabra de Dios, ahora repararemos en la importancia de estar en el cuerpo de Cristo: la Iglesia.
Para eso tendremos el siguiente texto base:
Todos los creyentes se dedicaban a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión fraternal, a participar juntos en las comidas (entre ellas la Cena del Señor), y a la oración. 43 un profundo temor reverente vino sobre todos ellos, y los apóstoles realizaban muchas señales milagrosas y maravillas. 44 todos los creyentes se reunían en un mismo lugar y compartían todo lo que tenían. 45 vendían sus propiedades y posesiones y compartían el dinero con aquellos en necesidad. 46 adoraban juntos en el templo cada día, se reunían en casas para la Cena del Señor y compartían sus comidas con gran gozo y generosidad, 47 todo el tiempo alabando a Dios y disfrutando de la buena voluntad de toda la gente. Y cada día el Señor agregaba a esa comunidad cristiana los que iban siendo salvos (Hechos 2:42-47 NTV).
Ahora que hemos sido añadidos a la Iglesia mediante el poder de Dios (Hch. 2:41), debemos saber cómo se llega a ser parte del cuerpo (Iglesia), y qué se debe hacer en esta comunidad. Estos versículos nos muestran la importancia de la vida cristiana en el primer siglo, además, son un gran ejemplo hoy para nosotros.
Debemos destacar que la iglesia ya estaba planificada por Dios desde mucho antes de su institución, es decir, ya estaba en su mente (Ef. 1:4; 1 P. 1:20). Dios ha manifestado su amor y su preocupación por sus criaturas a lo largo de la historia; podemos apreciarlo a través de su llamado a Noé para construir un arca (Gn. 6), a Abraham para salir de su tierra (Gn. 12), a los israelitas a abandonar Egipto (Ex. 3), a salir de la cautividad en Babilonia (Je. 29:10).
Nosotros también hemos escuchado el llamado de Dios; primeramente, por su hijo Jesucristo, quién afirmó que establecería su iglesia (Mt. 16:18) y en Él serían benditas todas las naciones (Ga. 3:16). Jesús nos escogió para ser sacerdotes reales, para ser una nación Santa; nos llama de la potestad de las tinieblas a la luz (1 P. 2:9); nos compró con su sangre (1 Co. 6:20), todo lo hizo para que saliéramos del mundo y nos uniéramos al cuerpo de los salvados.
Podemos notar aquí el llamado de Dios por medio de su siervo el apóstol Pedro. Durante aquella mañana, Pedro predicó al Jesús crucificado que había sido hecho Señor y Cristo por medio de su resurrección; es decir, les predicó el Evangelio. Todo esto ocurrió durante Pentecostés, la fiesta de los cincuenta días, fecha en la cual gran cantidad de judíos de diferentes regiones del imperio estaban congregados en Jerusalén para celebrar las fiestas (Hch. 2:36).
El amor, la promesa y la fidelidad de Dios se ven en todo el proceso de la conversión del perdido a la salvación. Para ser añadido a Cristo es necesario escuchar el llamado de Dios, ser conmovido (compungido) por la Palabra, reconocer que estamos en pecado (arrepentimiento) y obedecer al llamado a través de bautismo.
Repasemos un poco, ahora estamos en el cuerpo de Cristo, la Iglesia, el reino, o la familia de Dios (Col. 1:13,18; 1 Ti. 3:15; Hch. 2:47), todo esto por la voluntad de Dios. Él nos ha añadido, nos llamó y hemos obedecido a su llamado; por lo tanto, tenemos un compromiso con la familia, tenemos responsabilidades, somos útiles como miembros de un cuerpo, el cuerpo de Cristo.
Preguntas para reflexionar:
¿Qué es lo que Dios ha hecho por nosotros los pecadores para mostrarnos su amor?
¿Al estar ahora en el cuerpo de Cristo, qué se siente ser parte de la familia de Dios?